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sábado, 15 de enero de 2011




Malos humos

(Por Mr. J.R.)


He escuchado que en Crisislandia ya no se puede fumar en los bares. Nuestros líderes parece que se han decantado por el prohibicionismo total, calcado del puritano modelo norteamericano, que casa mal con la tradicional manga ancha hispánica. No soy fumador, pero al igual que con el tema de las corridas, no estoy a favor de prohibiciones tajantes. Como bien dice el libro del Tao, el exceso de legislación y de prohibiciones acaba por convertirnos a todos en delincuentes.


Reitero que no me considero fumador, pero un buen puro acompañado de una copa tras una magnífica cena es, o era, un placer de dioses. Qué será ahora de los puritos Guajiros Aromas del Dubi o del tío Tomás? Esos puritos que creaban atmósfera y hacían amigos...Confieso que me traje una caja a Italy y la gente los miraba con una mezcla de temor e incredulidad. Como nadie se atrevía a probarlos, yo sigo sin amigos. Pero no saquemos el carro fuera de las rodadas. En España, nación de pícaros, lucubro ahora que baristas y taberneros ante esta ley seca no se quedarán  de brazos cruzados, tal vez introduzcan a sus clientes fumadores de confianza en la trastienda, en el sótano o en el baño de señoras, como Moe, el de los Simpson, todo muy en plan Chicago años 20, porque fumar en la calle en invierno mientras en la barra te espera enfriándose un reconfortante chocolate no semeja muy agradable.


No soy un gran amante de los cigarrillos, como debería de serlo, pienso, un buen amante del tabaco. Es más, los detesto. Los cigarrillos son frutos del estrés y del agobio. Están adulterados para crear adicción y comportamiento compulsivo, y encima hieden a prisas de oficina, a trabajo monótono y mal pagado, a esclavitud maquinal y burocrática. No por nada son hijos de una guerra, la de Crimea, donde surgieron como un remedio para calmar las ansias de la carne de cañón y de muñón que se aprestaba a recibir la metralla de las baterías rusas. La soldadesca, no pudiendo encender la pipa, que requiere la parsimonia casi ritual de las cosas bien hechas, optó por enrollar el tabaco en el papel vacío de los cartuchos de fusil. Así de simple, y de allí se extendieron por todo el orbe como una plaga de langosta, arrinconando a la pobre pipa y al puro, tabaco de élite reservado a los pudientes, como bien se ve en las caricaturas que se hacen de los ricachones.


El tabaco era una hierba sagrada proveniente del Nuevo Mundo, pero fue en Oriente donde fumar se convirtió en algo sensual y refinado con la invención de la pipa de agua... Decidme, oh muchachos, qué será ahora de esas teterías árabes que llenaban el barrio de Lavapiés de alegría con el divertido burbujeo de sus cachimbas, narguilés, guzas, shishas o como diablos las llaméis, lugares de inspiración y de expiración sensorial, donde entre mullidos divanes (tacto), se podía degustar una bebida generalmente anacohólica (gusto), escuchando música a bajo volumen - todo un privilegio en Madrid - (oído) , viendo pasar las horas y las moras (vista) entre calada y calada de aromático tombeki de fragantes esencias (olfato), y a cambio solo de unos pocos euros.
Y todo esto se perderà, como lágrimas en la lluvia, más allá de las puertas de Tannhauser...


La vieja piel de toro que dejé atrás para vivir en esta bota que huele no sé si a pies o a corrupción política, dejará de disfrutar, y el cigarillo tuvo la culpa. Modos más lentos, más laboriosos, y, por qué no decirlo, más sanos de fumar desaparecerán. La pipa, la cachimba, el puro, son cachivaches sociales, que requieren de una compañía, una ocasión o un evento para disfrutarse. El cigarrillo nace de la prisa y del mono, es individual, solitario y perjudica seriamente la salud, como las pajas de las que hablaban tiempo hace los curas, pues el tabaco es malo para la salud. Sí, ¿y qué? El marisco es malo, el cochifrito es malo, la pizza es mala, el trabajo es malo, pero un poco de maldad nos hace, creo, un poco mejores, ¿no?


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Zanjas profundas en tu mente
Zanjas profundas en tu mundo
Zanjas que nos separan
Zanjas que nos escinden
Zanjas en las que caemos
a veces sin poder salir
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