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miércoles, 21 de enero de 2009




Otro flipao con la India

Otro coleguita que anda por allí:

viernes, 16 de enero de 2009




Chng & Abattoir (Poupees Electriques)

Profundos conciertos, iguales que Zanjas:



jueves, 8 de enero de 2009




“Kafka en la orilla”, de Haruki Murakami: la búsqueda de la identidad dentro del laberinto.

“Kafka en la orilla” quizá sea el libro más enimágtico que haya leído. Se trata de una historia que te atrapa dentro de un laberinto de hipótesis y metáforas: algunas las vas construyendo tú mismo a medida que lees, otras son sugeridas por los propios personajes, atrapados también dentro de ese laberinto, un laberinto de absurdos dentro del cual los personajes se encuentran perdidos, buscando su identidad, su propio yo.

La novela, es ya evidente en el título y desde la primera línea, consiste en un homenaje al escritor checo Franz Kafka; pero no sólo por las referencias más o menos explícitas, sino ante todo por la tensión, ya señalada por Walter Benjamin hablando de la obra de Kafka, entre la mística y la modernidad metropolitana, tensión que construye muchos de los muros, espejos y cristales deformantes de ese laberinto: los personajes buscan su identidad en el mundo exterior, en sus actos y relaciones, sin embargo tienen la sospecha de que la consecución de su búsqueda no está ahí fuera, sino en su propio mundo interior (mística zen).

Se trata de un laberinto construido en múltiples dimensiones, muchas de ellas dialécticas o en tensión: sueño-realidad, realidad-ficción, pasado-presente, temor-deseo… Las referencias a Freud son también bastante patentes. De hecho toda la novela gira en torno al mito/complejo de Edipo aunque, por supuesto, pasado por el tamiz de la postmodernidad: ¿hasta qué punto el padre de Kafka Tamura (personaje central) representa la autoridad como la representa en Franz Kafka (“Carta al padre”) o en Freud? Aquel es un padre postmoderno, un padre que prácticamente no se ocupa de su hijo, centrado en sus propias obsesiones, a pesar de lo cual debe ser asesinado. Es más, es el propio padre el que desea ser asesinado, el que lanza la profecía que acabará con él. Al igual que Edipo, Kafka abandona su hogar, pero mientras que Edipo cree saber quién es, quiénes son sus padres (y escapa para huir de la profecía), Kafka no sabe quiénes son su madre y su hermana; escapa para evitar matar a su padre, sí, pero al mismo tiempo se lanza a la búsqueda de ellas para reconocerlas y evitar cometer el incesto. El incesto, por supuesto, acaba cometiéndose, quizá de un modo metafórico, vicario, o quizá real, eso debe decidirlo el lector; pero las consecuencias son muy distintas a las de la tragedia griega o a las de la sociedad moderna analizada por Freud (caída en la neurosis), no en vano Murakami pertenece a la cultura oriental.

De hecho Murakami, y a través de él la mística (da igual de qué cultura sea, pues en el fondo toda la mística coincide), ofrece una solución a los conflictos irresolubles… Y no se trata de una paradoja: los conflictos irresolubles lo son en un plano distinto al de la resolución; son irresolubles en el plano cultural, sociológico, simbólico o normativo, ahora bien, pueden resolverse en el plano personal, que es, precisamente donde el conflicto se manifiesta en toda su crudeza (el tema de los conflictos irresolubles está mejor explicado en él artículo sobre El mercader de Venecia).

a) La resolución clásica es una resolución trágica: el personaje acaba muriendo de modo violento o volviéndose loco; en este sentido Murakami juega con estas referencias y hace que su personaje camine por el filo: a un lado la psicosis, la esquizofrenia (“el joven llamado Cuervo”, que precisamente es lo que significa “kafka” en checo), al otro la muerte.

b) La resolución moderna en realidad no existe, los conflictos generan individuos neuróticos (estresados o deprimidos), individuos que no pueden resolver los conflictos y acaban en el psicólogo, en el psiquiatra o enganchados a múltiples adicciones que suspenden temporalmente los efectos del conflicto: drogas o actividades evasivas. Es curioso, sin embargo, que no haya en la novela ningún personaje que encarne la figura del neurótico; aunque bien pensado, es el propio Kafka Tamura el que con sus "sanas" actividades lo representa: lee incansablemente y se machaca en el gimnasio, lo hace para huir de su realidad.

c) La mística nos ofrece una tercera vía: la aceptación del conflicto y su uso para generar conocimiento sobre nosotros mismos.

Esto entronca con el tema central de la novela que, como hemos dicho más arriba, es la búsqueda de la identidad personal, del yo. En esta línea Murakami nos ofrece un elenco de dimensiones o aspectos a través de los cuales se construye o conforma la identidad personal:

1. Kafka Tamura representa la dimensión de los afectos. Se trata de un chico, como ya hemos dicho, abandonado por su madre y cuyo padre no se ocupa de él, un chico, por lo tanto, atormentado por esa falta de cariño durante su infancia; Kafka se pregunta quién o qué es para ser abandonado así; sospecha simplemente que es hijo de su padre y que, en tal medida, lleva inscrita en su alma una maldición. Kafka busca el cariño de su madre, también el de su hermana. Al mismo tiempo es un adolescente con las hormonas en plena efervescencia, con la sexualidad a flor de piel, de modo que no es de extrañar que un momento determinado confunda estos dos afectos, la atracción sexual y el cariño de una madre. No es que sea imposible conformar una identidad personal al margen de los afectos, pero sí es difícil que tal identidad fuera una personalidad sana: Kafka se encuentra al borde de la locura, sufre alucinaciones y/o delirios.

2. La señora Saeki también se mueve en esta dimensión de los afectos, aunque más concretamente en la del amor “conyugal”, el deseo de su amado. Ahora bien (y esto es otra referencia a Freud), mientras que Kafka adolece de melancolía (añoranza de aquello que nunca se ha tenido), Saeki adolece de nostalgia (añoranza de lo que, habiéndose poseído, se ha perdido): su amado murió absurda y violentamente, víctima de una confusión. La identidad personal de Saeki, en realidad, quedó anclada en los quince años; su cuerpo evolucionó, evolucionaron otros aspectos de su personalidad, pero lo más importante para ella quedó atrás, conformando también una personalidad atormentada. Saeki se erigió en el guardián de los recuerdos de su amado; niega su muerte y se aferra a sus recuerdos, entre ellos el cuadro que representa a su novio cuando era niño, “Kafka en la orilla”. Al mismo tiempo ruega a Kafka Tamura que la guarde a ella en sus recuerdos, que no la olvide y que tampoco olvide a su novio, presente en dicho cuadro, cuadro que le regala. La señora Saeki vive en una sobreabundancia de recuerdos, recuerdos felices, pero dolorosos al mismo tiempo, ya que sabe que no volverá a vivir esos momentos. La moraleja que podríamos extraer de esta figura es que para vivir también hay que saber olvidar.

3. Por el contrario, Nakata, segundo personaje central de la novela representa la ausencia de recuerdos. A los ocho o diez años Nakata sufre una paliza, entra en coma, y tras un tiempo en ese estado se despierta sin saber quién es, sin saber ni siquiera leer ni escribir y con un cierto retraso mental. Sin embargo, a pesar de la aparente felicidad en la que vive, Nakata es consciente de que le falta algo, es consciente de su retraso (también es consciente de la falta de cariño que ha sufrido a lo largo de su vida tras el accidente, así como de la ausencia de deseo sexual; no obstante esto no lo experimenta como algo negativo). Al mismo tiempo Nakata representa la figura antropológica del chamán, hechicero o sacerdote, del hombre que está en contacto con los dioses, con el más allá. Tradicionalmente estos sujetos “gozaban” de ciertas peculiaridades: el brujo de la tribu siempre era alguien con algún defecto físico o mental (el albino, el epiléptico, el manco, cojo o ciego de nacimiento...); era un ser superior, intocable, que no tenía derecho al contacto carnal con el resto de la tribu (era un eficaz modo antropológico de integrar la diferencia). Estas características las cumple nuestro personaje: desde pequeño podía hablar con los gatos, nunca tocó a una mujer... Ahora bien, consciente de estas diferencias, Nakata no sabe quién es, no sabe a qué está destinado. Es a partir de un asesinato cuando empieza la búsqueda, no sabe lo que busca, pero desea ser normal. Es Nakata el personaje trágico de la novela, ya que creyéndose otro, buscando otra cosa, acaba convirtiéndose en sacerdote y gurú, en uno de los medios que tienen los humanos para comunicarse con otros mundos, para reconciliarse con sí mismos. Y resulta tanto más trágico cuanto que no cumple con el requisito de la tragedia griega de terminar por conocerse él mismo. Al mismo tiempo resulta algo absurdo, kafkiano, su modo de actuar ya que hace lo que tiene que hacer, lo que le tiene deparado el destino, pero sin saber por qué.

4. “Hacer lo que debe hacerse”, la moral, es otro de los aspectos necesarios para la configuración de una sana personalidad. Pero mientras que Nakata es una buena persona en dicho aspecto, su ayudante, el camionero Hoshino, tiene muchas dudas acerca de sí mismo en tal aspecto; no se considera una buena persona, cree que ha perdido mucho el tiempo en la mala vida, es más, cree que su vida no tiene un sentido. Por ello al encontrarse con Nakata y ser testigo de algunas maravillas decide seguirlo hasta el final, ayudarle y protegerlo. Por supuesto, la búsqueda de la identidad personal tiene mucho que ver con el sentido que uno le encuentra a la vida y con el aspecto o dimensión donde se sitúa dicho sentido. Este sentido tiene que ver con el pasado, sí, pero ante todo con el futuro, con el “hacia dónde nos dirigimos”; y paradójicamente sabiendo hacia dónde vamos podremos determinar dónde estamos, qué somos, aunque no sepamos muy bien cómo hemos llegado hasta aquí.

5. Por último, en cuanto a rarezas identitarias, aunque Murakami no se detenga mucho en él, tenemos a Oshima, una mujer que se siente hombre, sin pechos, sin menstruación, y a la que le gustan los hombres. Aunque este personaje podría dar mucho juego, lo cierto es que se podría tomar como ejemplo de las soluciones que Murakami pretende dar a los conflictos: ejemplo de aceptación. Oshima acepta lo que es, aunque nos deja claro que también él pasó por un proceso de pérdida y búsqueda.

Por supuesto, no solo la identidad personal se conforma a través de estos aspectos (afectos, moral, memoria y sentido de la vida); está el trabajo, las aficiones (en la novela las aficiones de los personajes giran en torno a la lectura y la música)... Además, los aspectos que hemos indicado no son conceptos cerrados, y no solo porque puedan dividirse en subespecies: afectos paternos-filiales, afectos sexuales, conyugales, fraternales, amistosos (la amistad es otro de los aspectos a destacar en el crecimiento individual de los personajes de la novela, Nakata y Hoshino, Kafka y Oshima), sino porque dichos conceptos se entrecruzan con otros: el sentido de la vida tiene que ver con los afectos, con la moral, con el trabajo, éste tiene que ver con aquella, la amistad está muy relacionada con el trabajo y las aficiones, etc. Todo ello constituye un laberinto intelectual, en el cual el modo “más fácil” de moverse es estando dentro, viviéndolo: “primun vivere, deinde philosophari”, he descubierto que rezaba una camiseta que me regalaron el año pasado.

Y hablando de laberintos, lo que constituye un verdadero laberinto es la historia misma, una historia susceptible de múltiples interpretaciones, una historia que queda abierta en muchos puntos, que deja al lector con un “¿entonces qué?”. El lector se ha ido haciendo una idea de lo que va pasando, de quién es quién, y muchas veces acierta, otras no y otras se queda sin saberlo. Quizá convendría volver a leerlo, de hecho creo que la historia tomaría un sentido diferente, pues determinados pasajes cobrarían un sentido que en una primera lectura no tenían; sobre todo los más metafóricos, aquellos que atañen a lo onírico, lo fantástico, lo irreal. Murakami consigue que realicemos una lectura activa, que pensemos al compás de la historia; el lector no es un mero espectador de una historieta ajena, es un investigador.

En cuanto a la técnica literaria usada por Murakami hemos de destacar la división de la novela en pequeños capitulos alternando la historia de Nakata con la de Kafka, sin embargo, esta alternancia está concebida al modo de la novela de suspense, al final de cada capítulo deja la historia en un punto crucial, suspendida de un hilo, de manera que su lectura no se hace nada pesada (y son casi 500 páginas).

Estamos, pues, ante una gran novela. Tal y como reza en la solapa del libro: “no es casual que, en 2005, el suplemento literario del New York Times la proclamara mejor novela del año”.

Gracias a Jesús y Azucena por prestármelo (joer, no he podido subrayarlo).





Zanjas profundas en tu mente
Zanjas profundas en tu mundo
Zanjas que nos separan
Zanjas que nos escinden
Zanjas en las que caemos
a veces sin poder salir
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