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domingo, 18 de mayo de 2008




Julio Llamazares: resistencia y soledad

“La lluvia amarilla” y “Luna de lobos”, de Julio Llamazares, son dos obras imprescindibles de la narrativa española contemporánea... Y no creo que sea sólo a mi entender, que ya sabéis que en cuanto a gustos estéticos soy un poco “rarito” (no me gusta todo “lo bueno” y me encantan algunas piezas de “lo malo”).

Para mí una novela es buena cuando logra despertar ciertas emociones en el lector: la risa (J.K.Toole), el llanto, la ansiedad... O cuando el lector logra identificarse con alguno de los personajes (London, Houllebecq, Ortuño), señal de que el autor ha captado perfectamente los caracteres de algún tipo social (puede que el suyo mismo)... O cuando el autor describe la compleja interioridad de esos personajes (Dostoievski, Mishima, Auster). En fin, hay muchas características por las cuales una novela puede ser considerada buena y para mí la forma quizá no sea tan importante como el fondo: hace años comparábamos un conocido y yo dos obras bien distintas, “El talón de hierro” (de Jack London) con “El gatopardo” (Lampedusa); mi conocido decía que no había comparación posible, que Lampedusa hacía literatura mientras que London hacía periodismo-ficción. Al menos logró que me interesara por la obra, hasta que al final cayó en mis manos... Vaya trago, me costó leerla y eso que parecía interesante (la decadencia de la aristocracia italiana con el advenimiento de la burguesía, creo recordar), lo que ocurre es que el tema de la aristocracia jamás me ha llamado la atención... Bueno, jamás, jamás... Quizá desde que me volví republicano... Aunque antes de ayer vi “Vatel”, con Depardieu y Uma Thurman (recordemos a los Petersellers), que trata sobre la corte de Luis XIV, y me pareció una estupenda película. En cambio, “El talón de hierro” habla sobre la revolución proletaria (y mira que soy escéptico), es el Manifiesto Comunista novelado, y por tanto me parecía un tema más interesante, quizá porque me queda más cercano, porque puedo identificarme más con sus personajes, no sé.

En fin, que la literatura es una cuestión de gustos y una cuestión de gustos escritos.

Pero Llamazares... Vale, no creo que sea apto para el gran público, acostumbrado a las intrigas de la CIA, KGB, Opus, templarios y masones. Pero ha de gustarle a cualquiera que tenga un mínimo gusto literario más allá de los bestsellers (y más allá no significa que no le puedan gustar estos; soy fan de “La sombra del viento”).

Llamazares es forma literaria de calidad unida a un fondo temático frente al cual no se puede permanecer impasible. “La lluvia amarilla” habla sobre la despoblación de las zonas rurales. Sólo alguien que no haya salido en su vida de la gran ciudad, alguien que no haya respirado los aromas de los pueblos, esa mezcla de flores, leña y excrementos de ganado, puede ser indiferente. Pero especialmente para los que procedemos de familias rurales, para los que hemos vivido y seguimos viviendo la transformación (no ya declive) de nuestro pueblo, “La lluvia amarilla” nos moja por dentro, lo sentimos.

"La lluvia amarilla" posee un lenguaje complejo y bastante recargado, abundando en símiles y metáforas. Me costó unas 30 páginas adaptarme al ritmo, un ritmo poético bajo la forma de prosa. Esta novela podría dividirse formalmente en dos partes: la presentación, larga presentación, con una forma rítmica y visual más cuidada, y el desarrollo de la acción, centrado más en los contenidos y en las emociones que despierta en el lector. El desenlace es lo de menos, pues forma parte de la presentación:

“[...] Porque cuando el primero de ellos comience a subir las escaleras, todos sabrán ya seguramente lo que, aquí, les esperaba desde hacía mucho tiempo. Un frío repentino e inexplicable se lo anticipará. Un ruido de alas negras batirá las paredes advirtiéndoselo. Por eso nadie gritará aterrado. Por eso, nadie iniciará el gesto de la cruz o el de la repugnancia cuando, tras esa puerta, las linternas me descubran al fin encima de la cama, vestido todavía, mirándoles de frente, devorado por el musgo y por los pájaros.”

Nunca en mi vida se me habían saltado tanto las lágrimas con una historia como con ésta, y da igual que fuera leyéndola en el metro, que por la calle, que en mi casa tranquilamente: llega un párrafo que pilla con la guardia baja a tus emociones y la gente te mira extrañada, sin atreverse a preguntar.

“Luna de lobos” es menos emotiva, pero no menos densa y agobiante, pues trata sobre un grupo de republicanos resistentes en la Guerra Civil, en las montañas de León, y su posterior conversión en maquis. Posee un lenguaje poético que abunda en símiles, aunque no tanto como en “La lluvia amarilla”, y que crea una auténtica atmósfera de pesadumbre, logra transmitir las experiencias del personaje al lector, de manera que es casi el mismo lector el que las estuviera experimentando:

“Sólo Martina me ha reconocido. Sólo ella ha sabido descubrir entre la sombras de los chopos al hombre que hace ahora diez años bailaba en este mismo prado abrazado a su cintura. Aquel hombre que llegó un día al pueblo de maestro, que le habló de amor y de hijos, y al que el oscuro torbellino de la guerra alejó para siempre de su vida.

Se ha quedado un instante mirándome, inmóvil, con los ojos ardiendo en los míos.

Después, sin que nadie lo note, ha seguido bailando, en silencio, abrazada con fuerza al marido.

Hasta las fuentes de Peña Negra la música del acordeón me ha perseguido.

Hasta las fuentes de Peña Negra los ojos de Martina han seguido ardiendo en los míos”.

Ambas novelas tratan de la resistencia y del apego a la tierra de los padres, a la tierra en que crecieron los personajes. En “La lluvia amarilla” Andrés es el último habitante de un pueblo condenado a desaparecer; pero lucha por permanecer en él... Hasta que muere su mujer (también en la presentación, no estoy destripando el argumento) y se convierte en una lucha solitaria. Lo mismo le ocurre a Ángel, el protagonista de “Luna de lobos”; debido a la represión que sufren por parte de la Guardia Civil, cada vez encuentra menos apoyos en las gentes del pueblo e incluso entre su familia.

Esta resistencia (quizá, en última instancia, toda resistencia) va acompañada, pues, de soledad. Quizá la soledad sea una nota intrínseca de la resistencia, pues uno resiste mientras los demás han sido vencidos... O convencidos... Convencidos por las promesas de una vida mejor en zonas menos montañosas, convencidos por las mentiras de la propaganda de un sistema fascista, vencidos por las armas de ese mismo sistema, vencidos por el hambre y por el frío, por los crueles inviernos de las montañas.

La soledad. Y el olvido que ella conlleva. Podemos pensar que aunque nos encontremos solos en algún lugar perdido, incluso solos en medio de gentes desconocidas, alguien nos está esperando, alguien se acuerda de nosotros. Pero es un recuerdo con fecha de caducidad. El paso del tiempo termina corroyendo esos recuerdos, como se corroen las fotografías, tomando un color amarillo. El paso del tiempo nos trae el otoño y, con él, una lluvia amarilla de hojas muertas. El olvido y la muerte son de color amarillo.

El dolor, sin embargo, es más intenso cuanto más impermeable sea el resistente a esa lluvia amarilla... Aunque también puede que uno resista porque, precisamente, es incapaz de olvidar. La resistencia, entonces, va acompañada de un gran dolor.

Resistencia, soledad, dolor... Y locura.

En “Luna de lobos” Ángel no llega a volverse loco, aunque hace algunas reflexiones al respecto (“un corazón solo, en medio de la noche, es una tormenta”). Pero en “La lluvia amarilla” las imágenes más bellas y surrealistas son las que Andrés ve en sus estados de delirio:

“Recuerdo que pasé vagando por el pueblo, como en sueños, todo el día. Pese a su rotundidad, no acababa de creer lo que veía. Las tapias, los tejados, las ventanas y las puertas de las casas, todo a mi alrededor era amarillo. Amarillo como paja, amarillo como el aire de un tarde de tormenta o como el resplandor de los relámpagos en una pesadilla. Podía verlo, sentirlo, tocarlo con las manos, mancharme las retinas y los dedos igual que cuando niño, allá en la vieja escuela, jugaba con la tinta. Lo que creía una ilusión, una alucinación fugaz de mi mirada y de mi espíritu, era algo tan real como que yo todavía estaba vivo.”

La diferencia entre las dos obras, al margen de los contextos en que se sitúa la acción, es su resolución: mientras que “Luna de lobos” es dramática, dejando un final abierto tras el enfrentamiento, “La lluvia amarilla” es trágica, acaba con la locura y la muerte del héroe que resiste, del héroe que se enfrenta a lo inevitable. También es diferente la temporalidad que se maneja en las dos historias: lineal en “Luna de lobos”, con saltos hacia adelante y hacia atrás en “La lluvia amarilla”. No obstante, lo importante en las dos obras es, como decíamos, la reflexión sobre la resistencia, la soledad, el dolor y el olvido, una reflexión que se realiza a través de un lenguaje cargado de imágenes y de lírica.

En definitiva, dos obras que no podéis dejar de leer. Después, si queréis, os bajáis la adaptación cinematográfica de “Luna de lobos” (que no he visto). También sé que “La lluvia amarilla” se ha llevado al teatro hace poco, al menos en El Bierzo; no sé si llegará o habrá llegado aquí.


2 comentarios:

Anonymous dijo...

Claro,claro,y por supuesto sobre el temita coñazo de la guerra civil,ya aburren.

Rossa Nova dijo...

El título, "Luna de lobos", alude a la frase de Hobbes, "el hombre es un lobo para el hombre", pero en realidad sobre la guerra se habla muy poco, es simplemente el contexto en el cual se presenta la vida de un hombre acosado... "Acorralado". Como Rambo, pero con familia... Es verdad, nunca se me había ocurrido, ¿es que Rambo no tenía familia?.

La guerra civil es algo que nunca se superará, como no se superará la guerra de la Independencia. ¿Han superado los USA Vietnam, su propia guerra civil, más antigua aún que la nuestra?

Lo importante no es el tema, sino el enfoque, el cual puede ser aburrido, manido, o todo lo contrario. Por ejemplo, la película de "El laberinto del Fauno" trata más o menos sobre lo mismo, pero lo enfoca desde la perspectiva de la resistencia ante la ciega obediencia que requieren los totalitarismos, comparando la realidad con la aventura en la fantástica imaginación de la niña.

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