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miércoles, 9 de enero de 2008




Amor, guerra y labores domésticas

No, no voy a tratar aquí de cómo una perfecta relación de pareja puede irse a la mierda por cuestiones tan nimias como quién baja la basura, hace la cena, o le limpia el culo al gato. De eso hay gente entre vosotr@s, lectores-as, que sabe mucho más que yo.

Quiero ir más allá, al fondo de la cuestión... O a los orígenes, más bien, de todo este asunto, el asunto de la tradicional distinción entre labores masculinas y labores femeninas.

La idea de este articulillo me ha venido tras pasarme varias mañanas o tardes cosiendo un par de pantalones a los cuales les había salido un conducto de aireación genito-femoral. Vale que soy un cutre y no tengo una Singer para realizar la tarea como mandan los cánones de la alta o media costura, useasé que lo mío es a golpe de dedal y aguja... Más mérito si cabe, ¿no? (el caso es que la madre de la novia de mi hermano sabe coser a máquina, su hija no, de modo que podría darme unas clasecillas cuando venga a Madrid). Pues bien, al igual que lo de fregar los platos a mano, coser es una tarea que no sólo no me disgusta, sino que me encanta... El problema es que siempre hay algo más importante o más urgente que hacer (como escribir esto mientras veo el pantalón con la aguja colgando; lleva al menos 5 días así, encima de la mesa, y ya me he pinchado dos veces), salvo que se te caiga el botón de la camisa o pantalón que te ibas a poner; entonces saco rápidamente los aparejos de costura y en un tris-trás coloco el botón en su sitio.

Soy consciente de que en este aspecto soy uno de los pocos hombres... No, de las pocas personas de mi generación (europeo treintañero) que sabe coser, o más bien que no tiene miedo al hilo y aguja, ya que los resultados podrían dejar que desear a ojos perfeccionistas. Y es que ya se ha perdido en nuestra sociedad el noble arte del remiendo y baja costura, no solo como labor doméstica, que es de lo que estoy tratando, sino como negocio: son testimoniales las casas en las que se realizan arreglos de prendas, así como arreglos de zapatos. Por supuesto, esto es una consecuencia del consumismo desaforado que llevamos viviendo desde que entramos en la sociedad o estado del bienestar: si tiramos las prendas pasadas de moda, es decir, las de la temporada anterior, ¿cómo no vamos a tirar ese pantalón o camisa a la que se le ha caído un botón o se ha descosido? Porque, claro, no es lo mismo un roto que un descosido: mientras que el descosido es síntoma de baja calidad de la prenda, el roto puede ser signo de distinción si está hecho adrede, es decir, si uno mismo o una misma jode la prenda para dejar ver algo de carnucia.

Los que me conocéis ya sabéis que llevo muchos años en esto del anticonsumismo; siempre os quejáis de que me conocéis con la misma ropa de hace quince años y en mis cumples me surtís de nuevos modelitos, gracias a lo cual ahora voy casi a la moda (camisetas estrechas de manga larga, jerséis de cuello alto, etc, etc). De aquí podría deducirse que mi afición a la costura viene de la necesidad que tengo de conservar las prendas para mantener una posición ideológica, un modo de vida. Pues no es así, pero lo cierto es que ambas cuestiones confluyen y se realimentan. Mi afición por la costura es anterior al anticonsumo, probablemente me venga desde los once o doce años, mientras que mis posiciones políticas nacieron a los 17 ó 18 (tras varios años de escuchar heavy metal y descubrir, entonces, a La Polla Records).

Pero la cuestión inicial era: ¿por qué existe una diferenciación sexual de los trabajos, entre ellos los trabajos domésticos? Los antropólogos tienen teorías para todos los gustos, teorías que se encargan de desmontar las antropólogas feministas, obcecadas como están en que todo es producto del patriarcado, una especie de conjura masculina contra el género femenino. Levi-Strauss y sus seguidores, aparte de considerar a las mujeres como moneda de cambio entre clanes, considera que la distribución sexual de tareas se debe a la necesidad de instaurar algún tipo de norma para mantener unida a la familia nuclear y perpetuar, de ese modo, el clan, la tribu, etc.: si realizar alguna de las tareas básicas para la subsistencia es tabú para un género, dicho género habrá de unirse con el otro y realizar, cada uno, sus tareas; unos se dedicarán a la caza, la política y la guerra, otras a la agricultura, las tareas domésticas y el cuidado de los hijos. Aunque bien es cierto que esto se da ya en el neolítico, mientras que en el paleolítico la cosa podría ser diferente: no hay agricultura, está demostrado que las mujeres participaban en la caza mayor (por lo menos como batidoras), el concepto de familia es más débil...

El caso es que prácticamente en todas las sociedades, a partir del neolítico se establece esa distinción: las mujeres en casa y los hombres en el negocio y en la guerra. Hay, no obstante, un tipo de labores domésticas que tradicionalmente han sido asumidas por los varones: el bricolaje. ¿Razón? Ni idea. No puede argumentarse que sea por cuestiones de fuerza, como mucha gente sostiene la otra diferenciación: es decir, que los hombres se dedicaban a la caza o a la guerra porque en dichas actividades se requiere más fuerza (como si no se requiriese para labores agrícolas, para llevar el cántaro a la fuente y volver con él lleno de agua, etc, etc). Y es que para levantar un martillo o cambiar una bombilla... Claro que en lo de la bombilla puede intervenir el miedo: el macho es valiente y puede enfrentarse a los 125 o 220 voltios, mientras que quizá suponen que las mujeres no. A mí particularmente me da pavor todo lo que tenga que ver con voltios, ohmios y amperios desprovistos de una gruesa capa de material aislante, pero tampoco creo que dicho miedo tenga que ver con la eficacia de mis incursiones en materia de electricidad (una de las últimas veces logré estropear una bombilla y saltar 3 veces el diferencial al intentar cambiar el casquillo del flexo de mi mesa de trabajo). Vale que lo de segar el césped y mantener uniformes los setos de arizónicas en los típicos chaletes de las urbanizaciones tenga que ver con la puesta en escena del varón: es algo que se hace los fines de semana y uno ha de dejarse ver por los vecinos como un hombre hacendoso (pero, bueno, esto es más bien una cosa norteamericana); es igual que en las barbacoas: si la mujer es la encargada de hacer la comida en casa todos los días, ¿por qué el hombre usurpa su lugar en la barbacoa? Porque se trata de un acto social (en el que vienen amigos, familia...) cuyo centro es la comida, una comida elaborada de un modo más bien primitivo, y cuyo sacerdote es, entonces, el varón; el varón ocupa el centro de atención.

Sin embargo, dentro de la casa no hay puesta en escena. Quizá lo del “miedo al martillo” tenga que ver con la posibilidad de estroparse las uñas, machacarse un dedo, hacerse un corte. Pero tampoco en la cocina se está exento de tales percances. La verdad es que la cuestión es demasiado compleja como para intentar solucionarla aquí. Afortunadamente son cosas que van cambiando, aunque poco a poco, de modo que las tareas, tanto domésticas, como laborales, como (lamentablemente) bélicas, van siendo asumidas indistintamente por hombres y mujeres.

A este respecto es muy interesante la película “La chica del puente”, de Patrice Leconte, ya que se trata del encuentro entre dos personas que simbolizan el “eterno femenino” y el “eterno masculino”, el amor y la guerra, de modo que están condenados a no entenderse. Sólo pueden llegar a hacerlo (entenderse) cuando el hombre relaja su “instinto guerrero” y acepta el amor y, de igual modo, la mujer acepta penetrar en los terrenos de la guerra, asumiendo que el amor pueda venir de cualquiera, no de un modelo prefijado.

Probablemente muchas de las tareas domésticas asignadas a la mujer tengan que ver, precisamente, con el amor y el cariño, los cuidados, que ha de prodigar una madre a sus hijos (y, ¿por qué un padre no? ¿verdad?): hacerles la comidita, tejerles la ropita, etc, etc.

Sin embargo, a mí lo de tejer me tiene intrigado, ya que, en realidad se trata de una tarea antropológicamente transversal a ambos géneros: la mujer parece evidente que hubiera de coser... Bueno, en realidad la cosa no es tan evidente, porque puede parecer muy fácil coser una prenda de algodón relativamente fina; no es tan fácil hacerlo con una prenda sintética cuya urdimbre sea muy tupida; pero seguro que era una tortura coser pieles, y la fuerza que se habría de tener no la tienen muchos hombres de ahora, acostumbrados, como están, a manejar los teclados de los ordenadores (aunque tampoco hay que menospreciar el trabajo masturbatorio al frente de los mismos). Pero también en la guerra y en la caza el hombre debía poseer las habilidades necesarias para hacerse un remiendo o coserse un descosido... Claro que... Para que un hombre hubiera de llegar a tal extremo el roto o descosido debería producirse en alguna parte esencial del equipo, básicamente en la mochila o en alguna cincha, ya que si se produce en la ropa o uniforme, le da todavía más caché e importancia a su labor: “mujer, cóseme esto, que me he enganchado en unos zarzales acechando al jabalí” o “mamá, cóseme esto, que se me ha roto al arrastrarme por la pista americana y si me ven así el lunes, me arrestarán”; esto último lo podrían hacer los militronchos que estaban al lado de su casa; pero nosotros, los valientes legionarios destacados en Ceuta... Teníamos toda una floreciente industria de pequeñas empresas dedicadas a las labores textiles para el soldado: “lavandería y remiendos”, “uniformes de ocasión”... A pesar de todo la gente cosía. ¿Y te daban clases de costura? Ni hablar, como si hubieras de ir enseñado (que sería lo lógico, que te enseñara tu madre... o tu padre); te enseñaban los compañeros. A mi no, que ya sabía.

Pero tampoco a mí me enseñó mi madre, ni mi abuela, las dos personas de las que aprendí a coser. Aprendí de ellas de un modo vicario, fijándome. Ahora bien, lo importante del asunto, lo importante de todo esto, es el origen de mi afición. Si me habéis seguido hasta aquí os habréis dado cuenta que he situado dos posibles orígenes en la necesidad de coser, uno para cada género: los cuidados maternos y conyugales para las mujeres y los remiendos militares para los hombres. Sin embargo, yo era un pequeñajo imberbe... cuando... Joder, imberbe seguro, pero con bigote... Recuerdo que sería más o menos a los doce años cuando me empezó a salir bigote, qué tortura: “Ay, mi niño, que ya se está haciendo mayor”, me decían mis tías, “fíjate, si hasta le ha cambiado la voz”, decían los amigos de mis padres. Y yo no quería hacerme mayor, quería seguir viendo los dibujos animados y seguir masturbándome dentro del armario (armario literal, mueble de madera o contrachapado cutre)... En fin, la verdad es que poco ha cambiado desde entonces, matices, salvo que ahora me afeito. Como decía, entonces, yo era un gafotas pequeñajo, imberbe y bigotudo cuando aprendí a coser, mucho antes, pues, de pasar un año en las filas del Glorioso Ejército Español (jua, jua). ¿Cómo diablos aprendí a coser? ¿Dónde están los orígenes de mi habilidad costurera? ¿En la guerra a la que no había ido? ¿En el amor por unos hijos que no tenía, desperdiciados entre las cajas de herramientas de mi abuelo y las de zapatos de mi abuela?

Claro, así formuladas, tales preguntas pueden llevarnos a un camino sin salida, una paradoja o una aporía (que nunca me ha quedado clara la diferencia); pero si relajamos el significado de los términos, si penetramos en el dominio de lo simbólico daremos con la solución: LA GUERRA.

No es que yo fuera de pequeño un demonio con gafas y bigote, pero sí me gustaban los comics, los cuales, a finales de los 70 y principios de los 80 trataban fundamentalmente de superhéroes, no como ahora que tratan de la revolución iraní (“Persépolis”) o la guerra de Bosnia (“Gorazde. Zona Protegida”, otra ZP)... Aunque, a la postre todo trata sobre la guerra, que es a lo que íbamos. Bueno, al caso: los que más me gustaban eran los tebeos de bárbaros, como Conan, piratas y ninjas, es decir, aquellos en los que no se disparaba mucho, sino que se empleaba el cuerpo a cuerpo (por entonces ya llevaría un par de años haciendo Aikido en gimnasio de los Salesianos). Pues bien, estos gustos de preadolescente hicieron que empezara a acumular objetos cortantes, punzantes y/o contundentes: shuriken (estrellas ninja), nunchakus (vulgarmente “luchacos”), manriki-gusari (cadena vulgaris con pesos en los extremos)... Y, aquí viene el quid del asunto, necesitaba algún tipo de funda para todos o cada uno de esos objetos. Evidentemente el primer impulso fue pedirle a mi madre o abuela que me hicieran unas fundas de tales y cuales dimensiones, pero yo, que casi siempre he pensado en la consecuencia de mis actos (salvo cuando hay que actuar rápidamente, que entonces la cago, lo cual no significa que cuando piense no la cague, va a ser todo un problema de diarrea mental), me abstuve de semejante petición inculpatoria, pues revelaría la posesión de armas blancas adquiridas alegalmente y, sobre todo, sin consentimiento paterno... Por cierto, el otro día me regalaron por reyes un juego de katanas; fue toda una sorpresa; se las llevé a Mirguav para que me hiciera unas fotos con ellas pero llegué tarde y lo dejamos para otro día, pero... Mirguav, tírate el rollo y haz unas fotillos a las espadas para que las vea el personal.

Así que fui yo mismo el que se fabricó las fundas para las armas; tres: una larga y estrecha para los nunchakus, otra pequeña y cuadrada para las estrellas y otra tipo bolsa marsupial para la cadena. Como la cadena la usaba para candar la bici (los pesos eran los candados), me desapareció con ésta y la bolsa marsupial acabó como funda de un ajedrez portátil. Los nunchakus se rompieron intentando destrozar un litro de cerveza en el aire: ya sabéis, tiráis el litro al aire y cuando cae le golpeáis con algo, un palo, un bate o unos nunchakus; el problema es que antes has tenido que vaciar el litro... En tu estómago, por supuesto. Las estrellas las tengo todavía; están decorando los laterales de un espejo de baño colocado en un dormitorio con decoración surrealista (tengo un cuadro de una gitana recogido de la basura, saludos a mi amigo freegano, colocado en una esquina superior, entre las dos paredes y el techo, así, inclinado hacia abajo, como si fuera a caerse encima del que duerme)... Antes era peor, tenía una ikurriña y un poster de los WASP (que nunca supe si significaba “We Are Sexual Perverts” o “White Anglo-Saxon Protestant”)... AAAAAhhhhhhh / blaaaaaaaaaaind / in Texaaaaaaaas... (abajo tenéis unos vídeos).

Esos fueron mis primeros trabajos de costura. Si bien mi obra magna llegó en mi época más macarra y anticonsumista, después de volver de la mili. Tenía un par de vaqueros sumamente maltrechos y me puse a zurzirlos con trozos de los pantalones militares que había robado al ejército (¿no me robaron ellos a mí un año?). Fue una obra maestra: uno de los pantalones fue casi completamente forrado por dentro con otro pantalón, lo cual, todo hay que decirlo los dejaba un poco estrechos; le saqué un bolsillo militar con su velcro, le puse otro bolsillo por fuera; y todo eso cosido a mano. Los trabajos posteriores tampoco son de reseñar, poca cosa... Quizá debiera estudiar corte y confección, convertirme en un modisto, aunque con mis gustos horteras medio heavy, medio Loco Mía...





9 comentarios:

Anonymous dijo...

SOBRE EL COMENTARIO ANTROPOLÓGICO-PAJERO

Esto empezó como un blog en le que nos reuníamos los seguidores del camino de Santiago, nos quedamos a mitad y nunca más se supo. Los comentarios tenían un estilo y calidad que en los últimos tiempos hemos visto desaparecer para dejar paso a pajeos viles acerca de temas como: los reyes magos, los artistas mediocres o este último que mezcla a los Wasp con la "baja costura". A ver si le ponemos más interés. Fdo. Un lector habitual

Anonymous dijo...

Mi fiesta de Nochevieja

Comencé el 2008 tocandome el ...cho, comiendo pistachos y sacando corchos.

Cava que bebía mientras sonreía, sin fin me atizaba, mi tanga caía.

Ojos exaltados los que me miraban, yo ni me coscaba que eniestas estaban.

Y entre los sudores y los pundonores comencé mi año con gran alegría, todos mis amigos, ¡como me querían!.

Indinena

Rossa Nova dijo...

Pero, bueno, ¿qué os pasa?
¿Os ha sentado mal la entrada en 2008?
Como sigáis así voy a tener que empezar a ejercitar la censura. De los tres comentarios anteriores, solo el primero se ajusta a lo que debe ser un comentario.

A ver, Indinena, ¿qué tiene que ver tu fiesta de Nochevieja con la baja costura, las labores domésticas, WASP o LocoMía?

Y lo del voto, ¿a santo de qué? Justificaos o mañana borro los comentarios.

Por lo que toca al primero he de decir que este blog no nació como tal, como un blog sobre el Camino. Nació 8 meses antes como blog de opinión general en el que escribir cosas que me importaban o publicar artículos no publicables en revistas de filosofía. El Camino fue uno de los intereses momentáneos que permanece latente en mi escritorio en forma de archivo de word inacabado. No desesperéis, cualquier día puede aparecer el noveno capítulo.

Mª Paz dijo...

Mi querido paquito no me puedo creer que esperes a la madre de la novia de tu hermano para que te de unas clases de costura. ¿a mí para que me tienes? entre otras muchas cosas yo podría darte unas nociones básics y sobre todo prácticas sobre la costura, eso sí, a máquina no a mano, sólo tienes que venir a casa a una hora no tempestiva, traer la prenda en cuestión y nos vamos a casa de la Espe para hacer el trabajito. De esta forma ahorarías tiempo y evitarías malherirte.
Lo de que tenías necesidad de coserte las prendas por no disponer de otras, ni hablar. Si no cambias de ropa es porque no te da la gana, porque eres un vago que hasta para comprarte unos calzoncillos si alguien te los regala así evitas perder tu tiempo en dedicarte a tal menester ¿ o no?.
Lo de las tareas femeninas o masculinas, eso si que es complejo pero creo que todo radica en la comodidad del contrario, es decir, si él no se acerca a la plancha no es por miedo a quemarse o que no le guste llevar la ropa planchada o acostarse sobre unas sábanas suaves (no os engañeis las sábanas planchadas estan mucho más suaves que las que van directamente de la cuerda a la cama)o secarse el cuerpo con una toalla previamente planchada, no es sólo que si alguien (ella) lo hace pues mira que bien. A ella por el contrario probablemente si le de miedo a golpearse un dedo con el martillo si intenta clavar un clavo, así pues que lo haga él que por lo menos si se produce el golpe a ella le dolerá menos. Este tema es un tanto escabroso y prefiero no seguir. Además en las parejas homoxesuales todas las tareas serán compartidas lo cual demuestra que tanto ellas como ellos son perfectamente aptos para realizar cualquier tarea doméstica. Lo del amor por los hijos, ahí sí lo tengo claro, la diferencia radica en que el hombre jamás, nunca jamás sabrá lo que es engendrar y por lo tanto el amor hacia los hijos nunca será igual. Un beso.

Anonymous dijo...

Chico,hay algo que no entiendo,¿cómo,habiendo sido militar,no te aprovisionaste de ropa idem,que aguanta un monton sin romperse ni deteriorarse? Yo,cuando se me rompe la ropa hago varias cosas,pero nunca,nunca,en ningún caso coserla,pese a que sé hacerlo aceptablemente.En mi caso loa responsables de que aprendiese a hacerlo fueron los Guns and Roses.Tenía un chaleco de puta madre y se me ocurrió decorarlo -o customizarlo como se dice ahora- con un vistoso parche de la banda de marras,sin coscarme que debería coserlo al chaleco lo compré.Imaginaba yo que se adheriría a la tela a través de algún sistema de pegado térmico o algo así.Pero no,no quedaba más remedio que coserlo con hilo y aguja y desde luego mi madre no me lo iba a hacer.Ella queía que me vistiera como un chico bueno y yo quería ser el más malo del barrio.al final mi hermana ,que estudiaba costura en el colegio se brindó a enseñarme los secretos del sr. Singer,con un resultado más que aceptable.Luego,aparecerían sobre mis chaquetas Slayer,los Maiden,Helloween etc...Ya no conservo ninguna de aquellas prendas pero lo que disfruté decorándolas y fardando con los colegas no me lo quita nadie.Mi consejo: usa ropa militar,te durará,y te dará un aspecto temible y de poco fiar.Las tías se fijan en eso.

Anonymous dijo...

Hablando de género...
Yo aprendí a coser ayudando a mi madre a coser, que en su juventud y cuando éramos niños, trabajaba en casa como destajista. Se puede decir que había explotación infantil, mi madre me perdone. Y ahora alucino cuando escucho o leo que el trabajo desde casa es toda una revolución y que lo están permitiendo el avance en las comunicaciones. Las costureras del mundo entero han trabajado en sus casas, rodeadas de sus hijos, haciéndoles las comida y prodigando sus cuidados sin desatender a sus maridos... Me río yo del yupi que pone su despacho en una habitación de su casa con el letrero en la puerta cerrada: no molestar.
Paco, enhorabuena por saber coser, a mi se me ha olvidado.
Raquel

Anonymous dijo...

Eloy

Yo no sé coser. Cada vez que algo se descose o rasga acudo a mi madre o a mi hermana para que lo solucionen. La verdad es que no me siento orgulloso de ello. Mi madre suele coserme los botones de cada prenda que me compro para que no se caigan. Me cuenta que últimamente tienen poca calidad. Yo en cambio pienso que últimamente apenas he parado y tengo la empresión de divagar y es que amanece tan pronto, sobre todo cuando tienes que coger la M-30 antes de que se atasque.

Anonymous dijo...

Lo de la fiesta de nochevieja me ha dejado "alucinao". En el curro se han quedado flipados cuando me oían reirme ante la pantalla del ordenata.

El eloy

Rossa Nova dijo...

Vale, si al menos a alguien ha hecho gracia el comentario de Indinena, lo dejaremos.

Un brindis por todos esos bajo-costureros y bajo-costureras.

Por supuesto al ejército le hice un desfalco: 2 mochilas, 10 uniformes,4 ó 5 camisetas, camisas que todavía utilizo, ponchos semi-impermeables...

Mari Paz, tienes estilo escribiendo, cultívalo. Tendré en cuenta la honesta proposición. Tu señor marido me ha recomendado este vídeo:
http://www.youtube.com/watch?v=hkw6KWQ6Myw&feature=related

Es de un grupo psicodélico de los 70: Curved Air.

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Zanjas profundas en tu mente
Zanjas profundas en tu mundo
Zanjas que nos separan
Zanjas que nos escinden
Zanjas en las que caemos
a veces sin poder salir
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