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martes, 19 de agosto de 2008




Golondrinas

Desde esta misma mesa, a través de la ventana y encuadrada en uno de los rombos de la verja, observo a una golondrina posada en el cable de la luz, haciendo equilibrios con la cola. Ahora han llegado otras dos más. Hasta ayer nunca se habían posado aquí, hasta ayer nunca habíamos tenido un polluelo de golondrina en nuestras manos, en nuestras arizónicas, en nuestro jardín.

Las golondrinas adultas probablemente llegaron atraídas por el pequeño, que no paraba de piar, ignoro si de hambre o si por otra razón. Llegaron tres golondrinas adultas que le contestaban pareciendo animarle a levantar el vuelo; el polluelo, sin embargo, era demasiado pequeño para lograrlo.

Ignoro cuánto tiempo permanecerán en el cable, en los alrededores de mi casa, esperando en vano escuchar de nuevo al pequeñín.

Murió por la noche.

Durante el día apenas comió, apenas bebió y fue sometido a un trajín demasiado intenso: demasiada gente cogiéndole, demasiado estrés para él. Los cuidados que le prodigaba mi amiga Caty quizá fueron demasiado generosos. Ya había hecho bastante recogiéndole de la carretera, salvándole de una muerte segura. Tendríamos que haberle dejado en las arizónicas, cerca de sus semejantes, que parecían reconocerle.

Míralas. Ahí están las tres. Esperando.

Son curiosas las golondrinas. El año pasado, haciendo el Camino de Santiago, a la entrada de no me acuerdo qué aldea de Lugo, observaba volar a unos cuantos ejemplares cuando, de repente, apareció una rapaz y capturó en vuelo a uno de ellos. Con su presa en las garras siguió volando. Las golondrinas que quedaban, sin embargo, en vez de huir, siguieron a la rapaz haciendo pasadas amenazantes sobre su cabeza; ésta, no obstante, no se amedrentó y siguió el vuelo con su captura. Las aves se perdieron de vista dejándome un escalofrío por la espalda.

Pían. Parecen conversar entre sí. Una de ellas, quizá la madre, no se mueve del cable. Las otras dos van y vienen, se quedan un rato. Ya no le oyen piar. ¿Por qué no se van? Es indudable que poseen memoria. No sé que habrá hecho mi hermano con el cadáver, puede que todavía esté por aquí, en la basura, quizá lo huelan.

Quizá se queden aquí todo el verano para recordarnos nuestra negligencia a la hora de atender a su polluelo.

Ahora han desaparecido las tres. ¿Volverán? ¿O habrán caducado sus recuerdos? Con los animales nunca se sabe. Hay peces cuya memoria dura tres segundos; la de los elefantes, en cambio, parece acabar tan solo con su muerte.

Quizá, también, sea una coincidencia. Quizá no haya reparado en las golondrinas hasta ayer mismo. Quizá ya estuvieran aquí antes de que llegara Caty con su hallazgo. Quizá no mantuviesen ninguna relación filogenética de primer grado con el pequeñín. Quizá sea mi sentimiento de culpa el que haya supuesto dicha relación.

Nos iremos a Madrid con la duda.

4 comentarios:

Anonymous dijo...

¡Qué rico, estofado de golondrina!

Anonymous dijo...

Es posible que el año que viene os podais preparar una deliciosa sopa de nido de golondrina.

Anonymous dijo...

A comer nido, a estofar pájaro, joder que hay otras cosas mejores, caaarajo.

Anonymous dijo...

Si,la hay, el AVE, je je

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Zanjas profundas en tu mente
Zanjas profundas en tu mundo
Zanjas que nos separan
Zanjas que nos escinden
Zanjas en las que caemos
a veces sin poder salir
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