zanjas.profundas@gmail.com

domingo, 24 de febrero de 2008




Saliendo por patas


Había quedado yo ayer con una amiga para ver en mi casa una película, aunque fuera otra la película que me interesara; sin embargo fue una tercera película la que me contó cuando tras esperar 20 minutos decidí llamarla por ver si se había equivocado de salida. No, al parecer simplemente había perdido el bonometro, no tenía saldo para llamarme ni podía hacer uso del teléfono de su familia. En fin una tarde que empieza así no puede acabar bien.

Decidí, entonces poner en marcha el plan B: irme a una fiesta que hacía el recién creado Frente de Izquierdas en un local del Barrio del Pilar. Como podéis imaginar la fiesta fue un fracaso, ya que no se observó la primera regla del buen Party Manager (gestor de fiestas): "toda fiesta que pretenda conseguir un mínimo aceptable de personal ha de estar situada en un local dentro de la almendra central madrileña, es decir, entre la Castellana, Princesa, Cuatro Caminos y Embajadores". Bueno, para ser justo diré que yo tampoco conocía a mucha gente y aunque son gente maja me sentía un poco fuera de lugar; inadaptado, fue el calificativo que me endosó mi amiga Olga, la única que conocía en la fiesta. Tampoco se observó el segundo mandamiento: "procurarás alimentos de consistencia a tus invitados, nada de patatitas, cortecitas ni chorradas varias", razón por la cual tuvimos que salir a comer unas raciones al bar más cutre de todo el Barrio, una mezcla entre bar y charcutería poblada por irreductibles borrachos y cocainómanos. Volvimos al local, pero yo no entré; tras el segundo fracaso de la noche puse en marcha el plan C.

Llamé a mi colega Raúl que andaba recogiendo restos humanos por las calles de Madrid (trabaja en el Samur, Summa, 112, yo qué sé...) y que había quedado para ir a un concierto en el que se recaudaban fondos para una protectora de animales. El grupo era Factor 19, pero cuando llegamos (0:00) el concierto ya había acabado. La asociación en cuestión no era una protectora de animales en general, sino de gatos en particular, y las organizadoras no paraban de intentar vendernos el calendario que habían hecho; en él salían unas cuantas de ellas desnudas con gatitos en brazos, todo muy simpático y sensual. Y allí estuvimos hablando con Marzo. Posteriormente nos trasladamos a Moncloa (siempre dentro del plan C) a casa del hermano de Raúl y su mujer, una de las organizadoras y la que más se empeñaba en colocarnos el calendrajo. En dicha casa nos tomamos un cubatilla y nos echamos unas risas con las historias de esa familia, muy surrealista, por cierto. Yo estuve jugando con el gato, dándole salchichón para gatos (que está hecho de anchoa) y haciéndole de rabiar; hoy me he levantado con la mano llena de arañazos.

Llegaron las tres de la mañana y decidimos abandonar la casa e irnos a nuestras respectivas moradas. Pero claro, no quise coger el coche después de los cubatas, así que me fui andando hasta casa, como una de tantas noches en mi vida; de Moncloa hasta Estrecho.

Cuando camino por la calle un poco colocado siempre suelo volverme algo paranoico, desconfío de todo transeúnte del género masculino... Como si del femenino no pudiera llegar el mal (cachis, este paternalismo machista)... Ahora bien, es una cuestión curiosa la relación entre, por un lado, el bien y el mal (o la interpretación que nosotros hacemos en términos bueno/malo de lo que acaece), y por otro el azar y la voluntad. En términos estadísticos, aunque no sé si existen estadísticas al respecto, podría decirse que lo malo (casi) siempre llega a nosotros en forma de accidente azaroso (una enfermedad, un mal encuentro...), mientras que el bien suele ser producto de un proceso más o menos largo guiado por la voluntad. Con esto no quiero decir que no haya buenos sucesos azarosos (que te toque la lotería o que se enamoren de ti a primera vista), ni procesos voluntarios que lleven al desastre (una mala alimentación, unas malas compañías...). Pero lo general es lo otro.

Pues ayer me topé con tres chavales que caminan por la senda que conduce a su perdición. Caminaba yo por el parque que hay al final de la calle Jerónima Llorente, al lado de un viaducto del Canal; es un parque que produce un efecto en mi organismo: me produce ganas de orinar. Esto probablemente se deba a la cantidad de años que he pasado por él de vuelta a casa después de las fiestas por Moncloa; cuando llegaba a su altura no podía aguantarme más y entre sus sombras me aliviaba. Ayer por suerte, o porque lo hice antes de salir de la casa, no tuve que detenerme en el parque. De todos modos, si lo hubiera hecho quizá no me hubieran visto.

Llegando, entonces, a la mitad del parquecillo (que tampoco es muy grande), como a cien metros vi a tres sujetos que se marchaban en otra dirección, pero se pararon y volvieron sobre sus pasos, lo cual ya me hizo sospechar (aunque, la verdad, como ya he dicho, hubiera sospechado de cualquier bicho viviente... con dos patas, los de cuatro no suelen dar problemas). Yo seguí mi camino. Las trayectorias de ambos cuatro (yo y los otros) terminarían por cruzarse (más o menos en ángulo recto), aunque esperaba que se sentasen en las gradas del frontón. De todas formas yo también me lo busco: cuando vi que se daban la vuelta calculé las trayectorias y pensé que si me pillaban (en el supuesto de que fuesen a pillarme) donde se juntaban las mismas estaba jodido. El lugar en cuestión está justo enfrente de la Dirección General de la Policía, sin embargo, el parque queda detrás del viaducto, con lo cual la visibilidad desde la calle es reducida por los arcos; ahora bien, el frontón queda totalmente oculto, ya que a esa altura no hay arcos en el viaducto; en ese punto justo comienza una empinada cuesta; el lugar es solitario, idóneo para darte el palo y/o darte de palos. No obstante, lo que no puedes hacer en tu vida es caminar con miedo y darte la vuelta por cada persona o pintillas que veas; yo he sido un pintillas y la mayoría de pintillas son buenas personas. Hay que enfrentarse a las situaciones y no demostrar miedo, es como con los animales. Así que continué mi camino.

Cuando vi que no se sentaban en las gradas supe que tendría problemas. En realidad no lo supe, lo imaginé, ya que no puedes saber lo que va a ocurrir antes de que ocurra. Los chavales simplemente podían ir en mi misma dirección. Cuando vi que no se sentaban también sabía que tenía espacio suficiente para salir corriendo, es decir, que no me habían cortado la salida. Pero si se hubieran estado calladitos me hubieran cogido, ya que racionalmente yo no tenía motivos para huir, sin embargo, les perdió la boca. Caminaban algo deprisa, eran tres adolescentes sudamericanos (creo); cuando estaban a cuatro metros, más o menos, y sin pararse me pidieron dos euros; les dije que no tenía, pero no se pararon; entonces, cuando se encontraban solo a dos metros de distancia, eché a correr cuesta arriba. Salieron corriendo detrás de mí, pero no me persiguieron más de diez o veinte metros, probablemente estaban borrachos. Me paré (la distancia había crecido en diez o quince metros) y les miré sin decirles nada, aunque estaba tentado de decirles algo o enseñarles mi dedo corazón; vi que se daban la vuelta y caminaban cuesta abajo, entonces volví a caminar lentamente en mi dirección. Cuando volví a mirar hacia atrás vi que estaban corriendo otra vez hacia mí, así que volví a correr.

Estaba tentado de mantener esa situación que tanto jode a los que te persiguen con ira y no pueden alcanzarte: esa en la que te paras a cierta distancia y miras desafiante, pero en la que vuelves a correr cuando el enemigo se lanza a por ti; vamos, el típico recochineo, "venga, vamos, ven aquí si tienes cojones", les dices, y por supuesto que los tienen, que para eso son muy machos, y vuelven a por ti; lo que no tienen son piernas suficientes para alcanzarte. Pero no lo hice, todavía me duele la costilla del último accidente en la montaña y yo también había bebido (aunque la adrenalina te quita el pedo en un segundo); tampoco quería tentar a la suerte, ya la había tentado demasiado. Así que continué corriendo un par de calles más sin dejar de mirar atrás.

No sé si querían robarme o darme una paliza, probablemente ambas cosas. Lo jodido del asunto es que si no llego a ser yo, hubieran pillado a otro, de hecho puede que lo hicieran: eran las cuatro de la mañana y podrían coger a otro incauto borrachuzo. O si hubieran concurrido otras circunstancias podría haber sido víctima de sus maldades.

En fin, es el típico problema de los adolescentes marginales. Da igual que sean sudamericanos, magrebíes, subsaharianos, gitanos o españolitos; el problema es la gilipollez y bravuconería adolescente unida a cierta marginalidad. Todos hemos pasado por ello, lo cual no quita que se merezcan un escarmiento cuanto antes para que se enderezcan, que les partan la cabeza, por ejemplo. Sé que suena un poco nazi, pero a esas edades las razones que les puedas dar son "las razones del sistema", "las razones de los mayores", "las razones de los ricos"; o simplemente se la sudan las razones.

Por supuesto nada de denunciarlo a la madera; ¿para qué? para que te tengan allí hasta las seis y luego nada, pues no hubo delito, sino intención. Otra cosa es que hubiera pasado por allí una patrulla y les hubiese llamado; aunque apostaría cualquier cosa a que no me harían caso.

En fin, todo quedó en eso, en una carrerita nocturna.

4 comentarios:

Anonymous dijo...

Solidaridad con el calvo corredor!!

Montemos patrullas-trampa contra los tríos solicitantes!!!

Aupa los que corren!

Viva la lucha atlética y la nobleza proletaria!!

David, el fantástico dijo...

Joder, Paco, me alegro de que no te pasara nada. Yo también miro a un lado y otro cuando camino regreso a casa, y cambio de acera, porque uno no sabe donde se encontrara con casualidades como esta. Me alegro de que te pillara en buena forma y todo acabar bien. Un abrazo

Anonymous dijo...

Si es que en el capitalismo no hay seguridad!!! Solo somos libres y ricos, pero hay mucha envidia. Seguro que eran unos inmigrantes ilegales que ansiaban papeles para robarnos nuestra sanidad. O cubanos resabiados, enviados por Raúl, vete tú a saber, como allí, a diferencia de nuestro Reino, hay tiranía, pues más envidia.
Bueno, que hay que volverse siempre en taxi, memorizando previamente la matrícula, una nunca sabe... o en cuadrilla, como siempre se ha hecho, con las amigas, cantando y aguantando el pis
¡La que ha montado Zapatero!

Anonymous dijo...

Pobrecito,un problema así sólo se resuelve a hostias,la proxima vez procura ir armado,eso te dará mayor seguridad en tí mismo.Fdo.Charlton Heston.

Publicar un comentario





Zanjas profundas en tu mente
Zanjas profundas en tu mundo
Zanjas que nos separan
Zanjas que nos escinden
Zanjas en las que caemos
a veces sin poder salir
___________________________